Aprovecho esta extraña noche para pasearme por el binomio espacio tiempo, para reptar por las cenagosas aguas de la reflexión, casi siempre mal entendida, para cavilar a fuego lento mi primera semana de vuelta a la normalidad. No se si voy deprisa o despacio, no hay radares ni velocímetros para ayudar, ni tampoco creo que importe.
Todo muy tranquilo, muy simple, aburrido, no más. Hasta hoy.
Hoy han ocurrido cosas, han cambiado los ritmos, han aparecidos señales en el cielo y canciones en la tierra... Aturdido tras meses de calor y monólogo tristón, me ha costado al principio reconocerlas, pero luego, al amparo del fresco y el mojabobos, bajo la luz redescubierta de las noches de otoño, se han hecho evidentes, y aunque la falta de costumbre nos anquilosa, enseguida nuestro instinto nos exige volar de nuevo hacia el conocimiento.
Tampoco se trata de hacer nada especial, sólo dejar que pase algo, o nada, o lo que Dios quiera...
Ayuda tener a mano una de esas canciones que hacen que se nos salten todas las alarmas...pero aviso: Huele a jazmín y embelesa, pero corta y se clava como un puñal. ¿Gusta? ¿Duele?... Agita, creo yo.